La vida si se bebe a sorbos se disfruta más... ¡Bienvenid@!

La vida si se bebe a sorbos se disfruta más.
Saborea tu vida, y la de los demás. Acompáñala de una profunda espiritualidad salpicada de dulces encuentros con los que amas y con los que te toparas a lo largo de tu vida.
Para eso está este espacio aquí encontrarás no solamente recetas para disfrutar de un café, un té o un chocolate.
Encontrarás recetas para ser mejor persona y para ayudar en ese proceso a otros. :)

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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Galletita del Saber #3: Los actuales desafíos de la parroquia (y su párroco) Parte II

--Hoy por hoy, los párrocos, ¿qué criterios vale la pena que tengan en cuenta para administrar una parroquia eficientemente y procurando al mismo tiempo la salvación de las almas?

--Fray Nikolaus Schöch: En cuanto partícipe de la acción directiva de Cristo Cabeza y Pastor sobre su Cuerpo, el sacerdote está específicamente capacitado para ser, en el plano pastoral, el "hombre de la comunión": "Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millenio ineunte, n. 43).

En un tiempo que abundan los consejos, hay que recordar la responsabilidad personal del párroco en la moderación de la parroquia. De otro lado, esa función de gobierno exige que sea un hombre de la comunión, es decir un hombre que una toda la parroquia y no sea --aisladamente-- amigo de algunos fieles o grupos. Tiene que ser un hombre que una a ricos y pobres, intelectuales y gente sencilla, jóvenes y ancianos, madres de familia y solteras, religiosos y seglares, conservadores y progresistas, etc.

Ningún párroco puede cumplir cabalmente su misión aislada o individualmente, sino tan sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de quienes están al frente de la Iglesia. En el futuro será siempre más importante la colaboración:

--entre los párrocos de varias parroquias;

--entre los párrocos y sus vicarios;

--entre el clero diocesano y los miembros de los Institutos de vida consagrada;

--entre los clérigos y los laicos.

Es de desear y se debe favorecer un especial esfuerzo de comprensión mutua y de ayuda recíproca, incluso las relaciones entre los presbíteros de más edad y los más jóvenes: unos y otros son igualmente necesarios para la comunidad cristiana y son apreciados por los obispos y el Papa.

El Concilio Vaticano II recomienda a los de más edad que tengan comprensión y simpatía con respecto a las iniciativas de los jóvenes; y a los jóvenes, que respeten la experiencia de los mayores y confíen en ellos; a unos y a otros recomienda que se traten con afecto sincero, según el ejemplo que han dado tantos sacerdotes de ayer y de hoy; el párroco y los demás sacerdotes, incluso los religiosos son llamados a testificar en la vida cotidiana la comunión.

--En una parroquia, los laicos, ¿cómo pueden ayudar a contribuir al desarrollo pastoral de una parroquia?

--Fray Nikolaus Schöch: El párroco no está obligado a realizar personalmente todas actividades en la parroquia, sino a procurar que se realicen de manera oportuna, conforme a la recta doctrina y a la disciplina eclesial, en el seno de la parroquia, según las circunstancias y siempre bajo su propia responsabilidad.

El ideal no es la parroquia donde el sacerdote hace todo. El sacerdote debe ayudar a los laicos a descubrir y a realizar su vocación específica en comunión con los demás fieles. El realizador de esta comunión y de esta pertenencia de comunión del presbítero al pueblo de Dios es el Espíritu Santo. Dado que él impregna y motiva todas las áreas de la existencia, entonces también penetra y configura la vocación específica de cada uno. Así se forma y desarrolla la espiritualidad propia de presbíteros, de religiosos y religiosas, de padres de familia, de empresarios, de catequistas, etc. Cada una de las vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivir la espiritualidad, que da profundidad y entusiasmo al ejercicio de sus tareas.

El apostolado de los laicos se desarrolla en buena parte en las asociaciones y movimientos que actúan en plena sintonía eclesial y en obediencia a las directrices de los pastores. Hay que promover y sostener las asociaciones de fieles.

Sin embargo, debe evitarse en el tejido parroquial cualquier género de exclusivismo o de aislamiento por parte de grupos individuales. Sin embargo, no faltan, también desde dentro de la parroquia y de las asociaciones, peligros como la burocratización, el funcionalismo, el democratismo, la planificación que atiende más a la gestión que a la pastoral.

--¿Cuál es el principal desafío de un párroco en la sociedad contemporánea?

--Fray Nikolaus Schöch: Falta considerar a cada parroquia desde la perspectiva global de la diócesis y no al revés; y falta tener en cuenta en su justa medida al fiel laico, al religioso y otros consagrados en la vida de la Iglesia, tanto en el interior de la misma comunidad cristiana, como en lo que atañe a su presencia en el mundo.

Crece la conciencia de que, además de los problemas de la cultura post-moderna, se presentan, ya sea el problema del alto porcentaje de católicos que viven lejanos de la práctica religiosa, el problema de la disminución drástica, por distintas causas, del número de quienes se declaran católicos; existe, mientras tanto, el problema del crecimiento extraordinario de las llamadas "sectas evangélicas pentecostales" y de otras sectas.

Frente a esta realidad, apremia acoger con generosidad la invitación hecha por el Santo Padre Benedicto XVI en Brasil a una verdadera "misión", dirigida a los que, incluso habiendo sido bautizados, por distintas circunstancias históricas, no han sido suficientemente evangelizados por nosotros.

En esta tarea hay que aprovechar de los medios de comunicación para evitar la expansión de una cultura que trata de rechazar a Dios y está profundamente marcada por el secularismo, el relativismo, el cientificismo, el indiferentismo religioso, el agnosticismo y por un laicismo, a menudo militante y anti-religioso.

--La pastoral que se lleva a cabo en una parroquia --no pocas veces-- es muy amplia y diversa, de acuerdo a la realidad concreta de cada una, como por ejemplo la pastoral familiar, de la salud, entre otras. ¿A qué aspectos de la pastoral hay que darle prioridad en el mundo de hoy y de cara al futuro de la Iglesia?

--Fray Nikolaus Schöch: Pienso que las siete prioridades pastorales que el Siervo de Dios Juan Pablo II ha individuado en la Novo millenio ineunte son todavía actuales:

--la santidad

--la oración

--la santísima Eucaristía dominical

--el sacramento de la Reconciliación

--el primado de la gracia

--la escucha de la Palabra y el anuncio de la Palabra.

Según el ejemplo ofrecido por el santo párroco de Ars y otros sacerdotes ejemplares que ejercitaron su ministerio pastoral está al centro de la actividad de la cura pastoral del párroco la administración de los sacramentos, en particular modo, de la eucaristía y de la penitencia.

Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía. Cada parroquia, en definitiva, está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística.

Por esta razón, el Concilio Vaticano II recomienda que "los párrocos han de procurar que la celebración de la Eucaristía sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana" (Christus Dominus, n. 30). Esto significa que la parroquia es una comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia.

Una atención particular deberán reservar los párrocos a las confesiones individuales, en el espíritu y en la forma establecida por la Iglesia y a la dirección espiritual a quienes la piden. No se puede evangelizar a largo plazo sin dar el primado a Dios y sin vida interior. Se podría decir que la crisis moral y social de nuestro tiempo, con los problemas que plantea tanto a las personas como a las familias, hace sentir con más fuerza esta necesidad de ayuda sacerdotal en la vida espiritual. Hay que recomendar vivamente a los presbíteros un nuevo reconocimiento y una nueva entrega al ministerio del confesionario y de la dirección espiritual, también a causa de las nuevas exigencias de los laicos, que tienen más deseos de seguir el camino de la perfección cristiana que presenta el Evangelio.

En el contexto del Año sacerdotal, recién iniciado, la atención a las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada constituye una de las prioridades pastorales.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Café Aterciopelado de Abrazos


¿Qué necesitamos?

10 clavos de olor
2 palitos de canela
una sonrisa
3/4 taza de café
4 1/2 tazas de agua fría
Crema batida
Canela molida y nuez moscada, para espolvorear
una gran ración de abrazos...

¿No te imaginas cómo prepararlo?

Visita el blog de EL CAFECITO PARA LAICOS o el Blog de EL CAFECITO PARA PRESBÍTEROS y entérate de cómo aterciopelar tu vida con lo más preciado que puedes compartir con otras personas. El abrazo.

Mientras te dejamos una pequeña nota sobre los abrazos.

El abrazo, al igual que la risa y la música es una de las más importantes herramientas, Dios nos ha regalado y de la que la sociedad y el erróneo concepto de "civilizarse" a través del individualismo se ha encargado de intentar destruir. A través de la "educación" irresponsable que muchas veces en lugar de avanzar y de desarrollar las relaciones humanas entre sí y con su entorno, intenta aislar al individuo haciéndolo débil y divorciándolo de su comunidad y de su grupo familiar (cosanguíneo o no).

Abrazar es el simple y natural acto de entrar en contacto físico con otra persona sijetándolo con fuerza entre sus brazos. Compartiendo el calor humano, los movimientos y latidos de vida y sobretodo abrir el alma a recibir el amor de Dios manifestado en cada uno de nosotros.

Así que anímate a abrazar a alguien hoy.
Mientras te enviamos un abrazo colectivo.

Paulinas


jueves, 17 de septiembre de 2009

RECETA PARA UNA FAMILIA EN AMOR.















4 tazas de amor.
2 tazas de fidelidad.
3 tazas de comprensión.
1 taza de amistad.
5 cucharadas de esperanza.
2 cucharadas de ternura.
4 partes de fe,
1 costal de alegría.

Tomar el amor y la fidedidad, mezclarlos bien con la fé . Agregar ternura y comprensión. Aderezar con amistad y esperanza.
Condimentar, con abundante alegria.Hornear con rayos de sol.
Servir todos los dias con bastante generosidad.

Por: A miembros de MISIONEROS DE JESUS MISERICORDIOSO
Enviado por: Herminia Sepulveda Gonzalez

martes, 15 de septiembre de 2009

Receta #9: Malteado de Emociones que con Perdón y Oración pueden ser un Dulce postre de Paz


Helado de vainilla, jugo de piña, ¡¡¡¡¿jugo de piña?!!!! , café frío.... Sí aunque no te lo imagines... anímate a hacer la receta porque la vas a repetir!!!


Para esta receta te recomendamos... como tema EL PERDÓN... Y LA SANACIÓN...


Sanar es un proceso en el que recuperas tu estado original o ideal que es la salud. Por muchas razones perdemos el estado saludable que teníamos, no solamente a nivel físico sino emocional. Debemos tener una posición más abierta a aceptar el dolor. El dolor nos hace crecer porque tenemos que aprender a superarlo y a superar las circunstancias que nos lo provoca.

Con un poquito de paciencia, sabiendo aceptar el dolor sin caer en la resignación, porque la lucha continúa cada día. Te invitamos a que te informes al respecto, superar el dolor, y quitar las hondas raíces de amargura que a veces deja toma no solamente mucha dedicación sino tiempo y educación. ¿Educación para curar? Pues sí, si desconoces que un dolor del pasado puede ser el causante de muchos problemas actuales ¿cómo batallarás contra algo que no puedes reconocer? ¿cómo reconocerás eso que debes vencer?


!Anímate! Sanar es un proceso de crecimiento también. :)


Te recomendamos al respecto:




El perdón de corazón, clave de la paz.
Autor: Gustavo E. Jamut

Sobre le perdón se ha hablado y se ha escrito muchísimo. Sin embargo, cómo nos cuesta tanto perdonar, es necesario volver, una y otra vez, sobre este tema, intentando profundizar en él y permitiéndole al Espíritu Santo que nos guíe, a fin de encontrar nuesvas dimensiones del perdón. El hecho de no poder perdonar causa distorsiones emocionales como son: ansiedad, amargura, frustración, culpa, sentimientos de inferioridad, afecta nuestra relación con Dios y nos impide el crecimiento espiritual. Este libro te hará comprender la necesidad de perdonarte a ti mismo, a tu prójimo y a los acontecimientos que hayan podido lastimar para experimentar así, cada día de una vida una plena paz interior.

Biografía: San Juan María Vianney (1786-1859) Santo Cura de Ars




4 de agosto

SAN JUAN MARÍA VIANNEY (1786-1859)
EL SANTO CURA DE ARS

por Lamberto de Echeverría


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Sacerdote diocesano, miembro de la Tercera Orden Franciscana, que tuvo que superar incontables dificultades para llegar a ordenarse de presbítero. Su celo por las almas, sus catequesis y su ministerio en el confesonario transformaron el publecillo de Ars, que a su vez se convirtió en centro de frecuentes peregrinaciones de multitudes que buscaban al Santo Cura. Es patrono de los párrocos.

Oficialmente, en libros litúrgicos, aparece su verdadero nombre: San Juan Bautista María Vianney. Pero en todo el universo es conocido con el título de Cura de Ars. Poco importa la opinión de algún canonista exigente que dirá, a nuestro juicio con razón, que el Santo no llegó a ser jurídicamente verdadero párroco de Ars, ni aun en la última fase de su vida, cuando Ars ganó en consideración canónica. Poco importa que el uso francés hubiera debido exigir que se le llamara el canónigo Vianney, ya que tenía este título concedido por el obispo de Belley. Pasando por encima de estas consideraciones, el hecho real es que consagró prácticamente toda su vida sacerdotal a la santificación de las almas del minúsculo pueblo de Ars y que de esta manera unió, ya para siempre, su nombre y la fama de su santidad al del pueblecillo.

Ars tiene hoy 370 habitantes, poco más o menos los que tenía en tiempos del Santo Cura. Al correr por sus calles parece que no han pasado los años. Únicamente la basílica, que el Santo soñó como consagrada a Santa Filomena, pero en la que hoy reposan sus restos en preciosa urna, dice al visitante que por el pueblo pasó un cura verdaderamente extraordinario.

Apresurémonos a decir que el marco externo de su vida no pudo ser más sencillo. Nacido en Dardilly, en las cercanías de Lyón, el 8 de mayo de 1786, tras una infancia normal y corriente en un pueblecillo, únicamente alterada por las consecuencias de los avatares políticos de aquel entonces, inicia sus estudios sacerdotales, que se vio obligado a interrumpir por el único episodio humanamente novelesco que encontramos en su vida: su deserción del servicio militar. Terminado este período, vuelve al seminario, logra tras muchas dificultades ordenarse sacerdote y, después de un breve período de coadjutor en Ecully, es nombrado, por fin, para atender al pueblecillo de Ars. Allí, durante los cuarenta y dos años que van de 1818 a 1859, se entrega ardorosamente al cuidado de las almas. Puede decirse que ya no se mueve para nada del pueblecillo hasta la hora de la muerte.

Y sin moverse de allí logró adquirir una resonante celebridad. Recientemente se ha editado, con motivo del centenario de su muerte, una obra en la que se recogen testimonios curiosísimos de esta impresionante celebridad: pliego de cordel, con su imagen y la explicación de sus actividades; muestras de las estampas que se editaron en vida del Santo en cantidad asombrosa; folletos explicando la manera de hacer el viaje a Ars, etc.

El contraste entre lo uno y lo otro, la sencillez externa de la vida y la prodigiosa fama del protagonista nos muestran la inmensa profundidad que esa sencilla vida encierra.

* * *

Nace el Santo en tiempos revueltos: el 8 de mayo de 1786. En Dardilly, no lejos de Lyón. Estamos por consiguiente en uno de los más vivos hogares de la actividad religiosa de Francia. Desde algunos puntos del pueblo se alcanza a ver la altura en que está la basílica de Fourvière, en Lyón, uno de los más poderosos centros de irradiación y renovación cristiana de Francia entera. Juan María compartirá el seminario con el Beato Marcelino Champagnat, fundador de los maristas; con Juan Claudio Colin, fundador de la Compañía de María, y con Fernando Donnet, el futuro cardenal arzobispo de Burdeos. Y hemos de verle en contacto con las más relevantes personalidades de la renovación religiosa que se opera en Francia después de la Revolución francesa. La enumeración es larga e impresionante. Destaquemos, sin embargo, entre los muchos nombres, dos particularmente significativos: Lacordaire y Paulina Jaricot.

Tierra, por consiguiente, de profunda significación cristiana. No en vano Lyón era la diócesis primacial de las Galias. Pero antes de que, en un período de relativa paz religiosa, puedan desplegarse libremente las fuerzas latentes, han de pasar tiempos bien difíciles. En efecto, es aún niño Juan María cuando estalla la Revolución Francesa. Al frente de la parroquia ponen a un cura constitucional, y la familia Vianney deja de asistir a los cultos. Muchas veces el pequeño Juan María oirá misa en cualquier rincón de la casa, celebrada por alguno de aquellos heroicos sacerdotes, fieles al Papa, que son perseguidos con tanta rabia por los revolucionarios. Su primera comunión la ha de hacer en otro pueblo, distinto del suyo, Ecully, en un salón con las ventanas cuidadosamente cerradas, para que nada se trasluzca al exterior.

A los diecisiete años la situación se hace menos tensa. Juan María concibe el gran deseo de llegar a ser sacerdote. Su padre, aunque buen cristiano, pone algunos obstáculos, que por fin son vencidos. El joven inicia sus estudios, dejando las tareas del campo a las que hasta entonces se había dedicado. Un santo sacerdote, el padre Balley, se presta a ayudarle. Pero... el latín se hace muy difícil para aquel mozo campesino. Llega un momento en que toda su tenacidad no basta, en que empieza a sentir desalientos. Entonces se decide a hacer una peregrinación, pidiendo limosna, a pie, a la tumba de San Francisco de Regis, en Louvesc. El Santo no escucha, aparentemente, la oración del heroico peregrino, pues las dificultades para aprender subsisten. Pero le da lo substancial: Juan María llegará a ser sacerdote.

Antes ha de pasar por un episodio novelesco. Por un error no le alcanza la liberación del servicio militar que el cardenal Fesch había conseguido de su sobrino el emperador para los seminaristas de Lyón. Juan María es llamado al servicio militar. Cae enfermo, ingresa en el hospital militar de Lyón, pasa luego al hospital de Ruán, y por fin, sin atender a su debilidad, pues está aún convaleciente, es destinado a combatir en España. No puede seguir a sus compañeros, que marchan a Bayona para incorporarse. Solo, enfermo, desalentado, le sale al encuentro un joven que le invita a seguirle. De esta manera, sin habérselo propuesto, Juan María será desertor. Oculto en las montañas de Noës, pasará desde 1809 a 1811 una vida de continuo peligro, por las frecuentes incursiones de los gendarmes, pero de altísima ejemplaridad, pues también en este pueblecillo dejó huella imperecedera por su virtud y su caridad.

Una amnistía le permite volver a su pueblo. Como si sólo estuviera esperando el regreso, su anciana madre muere poco después. Juan María continúa sus estudios sacerdotales en Verrières primero y después en el seminario mayor de Lyón. Todos sus superiores reconocen la admirable conducta del seminarista, pero..., falto de los necesarios conocimientos del latín, no saca ningún provecho de los estudios y, por fin, es despedido del seminario. Intenta entrar en los hermanos de las Escuelas Cristianas, sin lograrlo. La cosa parecía ya no tener solución ninguna cuando, de nuevo, se cruza en su camino un cura excepcional: el padre Balley, que había dirigido sus primeros estudios. Él se presta a continuar preparándole, y consigue del vicario general, después de un par de años de estudios, su admisión a las órdenes. Por fin, el 13 de agosto de 1815, el obispo de Grenoble, monseñor Simón, le ordenaba sacerdote, a los 29 años. Había acudido a Grenoble solo y nadie le acompañó tampoco en su primera misa, que celebró al día siguiente. Sin embargo, el Santo Cura se sentía feliz al lograr lo que durante tantos años anheló, y a peso de tantas privaciones, esfuerzos y humillaciones, había tenido que conseguir: el sacerdocio.

Aún no habían terminado sus estudios. Durante tres años, de 1815 a 1818, continuará repasando la teología junto al padre Balley, en Ecully, con la consideración de coadjutor suyo. Muerto el padre Balley, y terminados sus estudios, el arzobispado de Lyón le encarga de un minúsculo pueblecillo, a treinta y cinco kilómetros al norte de la capital, llamado Ars. Todavía no tenía ni siquiera la consideración de parroquia, sino que era simplemente una dependencia de la parroquia de Mizérieux, que distaba tres kilómetros. Normalmente no hubiera tenido sacerdote, pero la señorita de Garets, que habitaba en el castillo y pertenecía a una familia muy influyente, había conseguido que se hiciera el nombramiento.

Ya tenemos, desde el 9 de febrero de 1818, a San Juan María en el pueblecillo del que prácticamente no volverá a salir jamás. Habrá algunas tentativas de alejarlo de Ars, y por dos veces la administración diocesana le enviará el nombramiento para otra parroquia. Otras veces el mismo Cura será quien intente marcharse para irse a un rincón «a llorar su pobre vida», como con frase enormemente gráfica repetirá. Pero siempre se interpondrá, de manera manifiesta, la divina Providencia, que quería que San Juan María llegara a resplandecer, como patrono de todos los curas del mundo, precisamente en el marco humilde de una parroquia de pueblo.

* * *

Podemos distinguir en la actividad parroquial de San Juan María dos aspectos fundamentales, que en cierta manera corresponden también a dos fases de su vida.

Mientras no se inició la gran peregrinación a Ars, el cura pudo vivir enteramente consagrado a sus feligreses. Y así le vemos visitándoles casa por casa; atendiendo paternalmente a los niños y a los enfermos; empleando gran cantidad de dinero en la ampliación y hermoseamiento de la iglesia; ayudando fraternalmente a sus compañeros de los pueblos vecinos. Es cierto que todo esto va acompañado de una vida de asombrosas penitencias, de intensísima oración, de caridad, en algunas ocasiones llevada hasta un santo despilfarro para con los pobres. Pero San Juan María no excede en esta primera parte de su vida del marco corriente en las actividades de un cura rural.

No le faltaron, sin embargo, calumnias y persecuciones. Se empleó a fondo en una labor de moralización del pueblo: la guerra a las tabernas, la lucha contra el trabajo de los domingos, la sostenida actividad para conseguir desterrar la ignorancia religiosa y, sobre todo, su dramática oposición al baile, le ocasionaron sinsabores y disgustos. No faltaron acusaciones ante sus propios superiores religiosos. Sin embargo, su virtud consiguió triunfar, y años después podía decirse con toda verdad que «Ars ya no es Ars». Los peregrinos que iban a empezar a llegar, venidos de todas partes, recogerían con edificación el ejemplo de aquel pueblecillo donde florecían las vocaciones religiosas, se practicaba la caridad, se habían desterrado los vicios, se hacía oración en las casas y se santificaba el trabajo.

La lucha tuvo en algunas ocasiones un carácter más dramático aún. Conocemos episodios de la vida del Santo en que su lucha con el demonio llega a adquirir tales caracteres que no podemos atribuirlos a ilusión o a coincidencias. El anecdotario es copioso, y en algunas ocasiones sobrecogedor.

Ya hemos dicho que el Santo solía ayudar, con fraternal caridad, a sus compañeros en las misiones parroquiales que se organizaban en los pueblos de los alrededores. En todos ellos dejaba el Santo un gran renombre por su oración, su penitencia y su ejemplaridad. Era lógico que aquellos buenos campesinos recurrieran luego a él, al presentarse dificultades, o simplemente para confesarse y volver a recibir los buenos consejos que de sus labios habían escuchado. Éste fue el comienzo de la célebre peregrinación a Ars. Lo que al principio sólo era un fenómeno local, circunscrito casi a las diócesis de Lyón y Belley, luego fue tomando un vuelo cada vez mayor, de tal manera que llegó a hacerse célebre el cura de Ars en toda Francia y aun en Europa entera. De todas partes empezaron a afluir peregrinos, se editaron libros para servir de guía, y es conocido el hecho de que en la estación de Lyón se llegó a establecer una taquilla especial para despachar billetes de ida y vuelta a Ars. Aquel pobre sacerdote, que trabajosamente había hecho sus estudios, y a quien la autoridad diocesana había relegado en uno de los peores pueblos de la diócesis, iba a convertirse en consejero buscadísimo por millares y millares de almas. Y entre ellas se contarían gentes de toda condición, desde prelados insignes e intelectuales famosos, hasta humildísimos enfermos y pobres gentes atribuladas que irían a buscar en él algún consuelo.

Aquella afluencia de gentes iba a alterar por completo su vida. Día llegará en que el Santo Cura desconocerá su propio pueblo, encerrado como se pasará el día entre las míseras tablas de su confesonario. Entonces se producirá el milagro más impresionante de toda su vida: el simple hecho de que pudiera subsistir con aquel género de vida.

Porque aquel hombre, por el que van pasando ya los años, sostendrá como habitual la siguiente distribución de tiempo: levantarse a la una de la madrugada e ir a la iglesia a hacer oración. Antes de la aurora, se inician las confesiones de las mujeres. A las seis de la madrugada en verano y a las siete en invierno, celebración de la misa y acción de gracias. Después queda un rato a disposición de los peregrinos. A eso de las diez, reza una parte de su breviario y vuelve al confesonario. Sale de él a las once para hacer la célebre explicación del catecismo, predicación sencillísima, pero llena de una unción tan penetrante que produce abundantes conversiones. Al mediodía, toma su frugalísima comida, con frecuencia de pie, y sin dejar de atender a las personas que solicitan algo de él. Al ir y al venir a la casa parroquial, pasa por entre la multitud, y ocasiones hay en que aquellos metros tardan media hora en ser recorridos. Dichas las vísperas y completas, vuelve al confesonario hasta la noche. Rezadas las oraciones de la tarde, se retira para terminar el Breviario. Y después toma unas breves horas de descanso sobre el duro lecho. Sólo un prodigio sobrenatural podía permitir al Santo subsistir físicamente, mal alimentado, escaso de sueño, privado del aire y del sol, sometido a una tarea tan agotadora como es la del confesonario.

Por si fuera poco, sus penitencias eran extraordinarias, y así podían verlo con admiración y en ocasiones con espanto quienes le cuidaban. Aun cuando los años y las enfermedades le impedían dormir con un poco de tranquilidad las escasas horas a ello destinadas, su primer cuidado al levantarse era darse una sangrienta disciplina...

Dios bendecía manifiestamente su actividad. El que a duras penas había hecho sus estudios, se desenvolvía con maravillosa firmeza en el púlpito, sin tiempo para prepararse, y resolvía delicadísimos problemas de conciencia en el confesonario. Es más: cuando muera, habrá testimonios, abundantes hasta lo increíble, de su don de discernimiento de conciencias. A éste le recordó un pecado olvidado, a aquél le manifestó claramente su vocación, a la otra le abrió los ojos sobre los peligros en que se encontraba, a otras personas que traían entre manos obras de mucha importancia para la Iglesia de Dios les descorrió el velo del porvenir... Con sencillez, casi como si se tratara de corazonadas o de ocurrencias, el Santo mostraba estar en íntimo contacto con Dios Nuestro Señor y ser iluminado con frecuencia por Él.

* * *

No imaginemos, sin embargo, al Santo como un ser completamente desligado de toda humanidad. Antes al contrario. Conservamos el testimonio de personas, pertenecientes a las más elevadas esferas de aquella puntillosa sociedad francesa del siglo XIX, que marcharon de Ars admiradas de su cortesía y gentileza. Ni es esto sólo. Mil anécdotas nos conservan el recuerdo de su agudo sentido del humor. Sabía resolver con gracia las situaciones en que le colocaban a veces sus entusiastas. Así, cuando el señor obispo le nombró canónigo, su coadjutor le insistía un día en que, según la costumbre francesa, usara su muceta. «¡Ah, amigo mío! -respondió sonriente-, soy más listo de lo que se imaginaban. Esperaban burlarse de mí, al verla sobre mis hombros, y yo les he cazado». «Sin embargo, ya ve, hasta ahora es usted el único a quien el señor obispo ha dado ese nombramiento». «Natural. Ha tenido tan poca fortuna la primera vez, que no ha querido volver a tentar suerte».

Servel y Perrin han exhumado hace poco una anécdota conmovedora: Un día, el Santo recibió en Ars la visita de una hija de la tía Fayot, la buena señora que le había acogido en su casa mientras estuvo oculto como prófugo. Y el Santo Cura, en agradecimiento a lo que su madre había hecho con él, le compró un paraguas de seda. ¿Verdad que es hermoso imaginarnos al cura y a la jovencita entrando en la modestísima tienda del pueblo y eligiendo aquel paraguas de seda, el único acaso que habría allí? ¿Verdad que muchas veces se nos caricaturiza a los santos ocultándonos anécdotas tan significativas?

Pero donde más brilló su profundo sentido humano fue en la fundación de «La Providencia», aquella casita que, sin plan determinado alguno, en brazos exclusivamente de la caridad, fundó el señor cura para acoger a las pobres huerfanitas de los contornos. Entre los documentos humanos más conmovedores, por su propia sencillez y cariño, se contarán siempre las Memorias que Catalina Lassagne escribió sobre el Santo Cura. A ella le puso al frente de la obra y allí estuvo hasta que, quien tenía autoridad para ello, determinó que las cosas se hicieran de otra manera. Pero la misma reacción del Santo mostró entonces hasta qué punto convivían en él, junto a un profundo sentido de obediencia rendida, un no menor sentido de humanísima ternura. Por lo demás, si alguna vez en el mundo se ha contado un milagro con sencillez, fue cuando Catalina narró para siempre jamás lo que un día en que faltaba harina le ocurrió a ella. Consultó al señor cura e hizo que su compañera se pusiera a amasar, con la más candorosa simplicidad, lo poquito que quedaba y que ciertamente no alcanzaría para cuatro panes. «Mientras ella amasaba, la pasta se iba espesando. Ella añadía agua. Por fin estuvo llena la amasadera, y ella hizo una hornada de diez grandes panes de 20 a 22 libras». Lo bueno es que, cuando acuden emocionadas las dos mujeres al señor cura, éste se limita a exclamar: «El buen Dios es muy bueno. Cuida de sus pobres».

* * *

El viernes 29 de julio de 1859 se sintió indispuesto. Pero bajó, como siempre, a la iglesia a la una de la madrugada. Sin embargo, no pudo resistir toda la mañana en el confesonario y hubo de salir a tomar un poquito de aire. Antes del catecismo de las once pidió un poco de vino, sorbió unas gotas derramadas en la palma de su mano y subió al púlpito. No se le entendía, pero era igual. Sus ojos bañados de lágrimas, volviéndose hacia el sagrario, lo decían todo. Continuó confesando, pero ya a la noche se vio que estaba herido de muerte. Descansó mal y pidió ayuda. «El médico nada podrá hacer. Llamad al señor cura de Jassans».

Ahora ya se dejaba cuidar como un niño. No rechistó cuando pusieron un colchón a su dura cama. Obedeció al médico. Y se produjo un hecho conmovedor. Éste había dicho que había alguna esperanza si disminuyera un poco el calor. Y en aquel tórrido día de agosto, los vecinos de Ars, no sabiendo qué hacer por conservar a su cura queridísimo, subieron al tejado y tendieron sábanas que durante todo el día mantuvieron húmedas. No era para menos. El pueblo entero veía, bañado en lágrimas, que su cura se les marchaba ya. El mismo obispo de la Diócesis vino a compartir su dolor. Tras una emocionante despedida de su buen padre y pastor, el Santo Cura ya no pensó más que en morir. Y en efecto, con paz celestial, el jueves 4 de agosto, a las dos de la madrugada, mientras su joven coadjutor rezaba las hermosas palabras «que los santos ángeles de Dios te salgan al encuentro y te introduzcan en la celestial Jerusalén», suavemente, sin agonía, «como obrero que ha terminado bien su jornada», el Cura de Ars entregó su alma a Dios.

Así se ha realizado lo que él decía en una memorable catequesis matinal: «¡Dios mío, cómo me pesa el tiempo con los pecadores! ¿Cuándo estaré con los santos? Entonces diremos al buen Dios: Dios mío, te veo y te tengo, ya no te escaparás de mí jamás, jamás».

Lo canonizó el papa Pío XI el 31 de mayo de 1925, quien tres años más tarde, en 1928, lo nombró Patrono de los Párrocos.


Lamberto de Echeverría, El Santo Cura de Ars, en Año Cristiano, Tomo III, Madrid, Ed. Católica (BAC 185), 1959, pp. 351-360.



TOMADO DEL DIRECTORIO FRANCISCANO / SANTORAL FRANCISCANO



jueves, 10 de septiembre de 2009

Receta #9: ¡Para refrescar hasta el alma! Café Frappé

Café Frappé o Frappuchino

Para esos días de calor como los que estamos apasando les tenemos una propuesta fría. Para refrescar el alma propia y la ajena.

¿Qué es frappé?

La palabra "Frappé"es francesa y significa literalmente "Pegado".

El café frappé (de griego φραπές frapés) es un café con hielo cubierto de espuma elaborado a partir de café instantáneo atomizado. Es muy popular en Grecia, especialmente durante el verano, si bien se ha extendido a otros países. Forma la base del Iced Cappucino (‘capuchino helado’) estadounidense y el frappuccino europeo.

En Francia, al describir una bebida, la palabra frappé significa ‘agitado’ o ‘helado’. Sin embargo, en la cultura popular griega, la palabra frappé se usa predominantemente para aludir al proceso de agitado asociado con la preparación del café frappé.


Historia


El frappé tiene su origen en la Feria Internacional del Comercio de Tesalónica de 1957. El representante de la compañía Nestlé, Yannis Dritsas, estaba exhibiendo un nuevo producto para niños, una bebida de chocolate que se preparaba instantáneamente mezclando el cacao con leche y agitándola en una coctelera. El empleado de Dritsas Dimitris Vakondios estaba buscando una manera de tomar su habitual café instantáneo del descanso pero no encontraba agua caliente, así que mezcló el café con agua fría en la coctelera.

Este experimento improvisado dio origen a la popular bebida griega. El frappé ha sido comercializado principalmente por Nestlé, llegando a ser la bebida más popular del país. Recientemente, Kraft, bajo la marca Jacobs, ha lanzado su propia variante de frappé. El frappé ha sido calificado de café nacional griego, y se sirve en virtualmente todas las cafeterías, donde se sirve típicamente acompañado de un vaso de agua.

(Tomado de Wikipedia)

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